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De la identidad histórica de la agroecología y la apropiación indebida

En un mundo que pretende privatizar y patentar todo, la agroecología ha sido puesta en la tapete de la gobernanza agroalimentaria mundial, donde la ciencia, las agencias multilaterales y hasta el sector privado piden cancha para reconocer su papel en el diseño de sistemas agrarios sustentables.
En un mundo que se asoma a reconocer la importancia de los y las productores de alimentos a pequeña escala, la agroecología parece ser apropiable y enajenable de sus protagonistas históricos.

Eduardo Sevilla Guzmán[[Eduardo Sevilla Guzmán, Agroecología y agricultura ecológica: hacia una «re» construcción de la soberanía alimentaria, Revista Agroecológica, Universidad de Murcia, Volumen 1, 2006.]] dice «Una de las características de las sociedades capitalistas industriales lo constituye el papel que juega la ciencia, la institución a través de la cual se pretende el control social del cambio, anticipando el futuro con el fin de planificarlo. Los procesos de privatización, mercantilización y cientifización de los bienes ecológicos comunales (aire, tierra, agua y biodiversidad) desarrollados a lo largo de la dinámica de la modernización, han supuesto una intensificación en la artificialización de los ciclos y proceso físico-químicos y biológicos de la naturaleza para obtener alimentos».

Por esto, urge más que nunca saber como nace la agroecología para usar lentes adecuados al pensar políticas públicas. Desde el origen de la humanidad, el conocimiento ha sido esencial para la vida, por eso la agroecología se ha desarrollado desde los saberes tradicionales acumulados históricamente por los campesinos y campesinas, a los que se han ido sumando los conocimientos científicos de los últimos siglos.

Son las y los campesinos y los pueblos indígenas los que han identificado, adaptado e incorporado nuevos elementos para mejorar la producción de alimentos, manteniendo sus identidades culturales sin dañar a la naturaleza. Ésta, es la única forma de desarrollar diseños creativos de producción y circulación de alimentos. Los saberes y experiencias campesinas, acorraladas por el capitalismo en sus distintas expresiones, renacen desde sus orígenes y se refrescan, mostrando, con creatividad y legitimidad, resultados visibles y la certeza, en el contexto actual, de que es posible vivir dignamente en el campo manteniendo la identidad campesina e indígena.

La agroecología es el modelo productivo, social, económico, organizativo y político de vivir en el campo de los y las productores de alimentos a pequeña escala, que devuelve a los alimentos su papel social, en oposición al sistema capitalista que los reduce a una simple mercancía. Tiene la particularidad única de no ser un modelo homogéneo, sino que acoge todas las agro e hidro culturas locales protagonizadas por mujeres y hombres campesinos, agricultores familiares, pastores, de pueblos indígenas, pescadores artesanales y extractivistas de bosques y manglares, que defienden el territorio y la tierra, las semillas, todos los bienes de la naturaleza, la soberanía alimentaria y el buen vivir.

Pero la agroecología también implica un cambio de paradigma en las relaciones sociales, políticas, económicas y entre sociedad y naturaleza, transformando los patrones de producción y consumo para construir la soberanía alimentaria de los pueblos del campo y la ciudad. Sabemos que la agroecología es el único modelo capaz de alimentar a los pueblos del mundo, pero solo a través de sus protagonistas: las campesinas y campesinos y pueblos indigenas.

La agroecología está en el tapete y va camino a ser protagonista en muchos espacios que han olvidado a las y los verdaderos protagonistas de esta revolución agroalimentaria. Por eso, las recomendaciones de los gobiernos deben asumir y promover que serán los productores de alimentos a pequeña escala los que implementarán estos cambios políticos, económicos y agroalimentarios, transformadores de, y desde, los territorios.

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La agroecología como solución al cambio climático

El problema del cambio climático ya lleva mucho tiempo sonando en nuestros oídos. Abundan los estudios científicos y los debates, y el sector medioambiental aúna muchos esfuerzos cuando se debe acordar una convención. Antes y después de los eventos, se someten informes a discusión, se registran resistencias y desacuerdos, y los informes de objetivos de reducción de las emisiones comienzan a llegar a raudales. Es realmente fundamental que los países se unan a los tratados internacionales, para participar y decidir de forma cooperativa qué se puede hacer para limitar las emisiones, así como para gestionar la temperatura global y sus efectos sobre el planeta en que vivimos. Es fundamental porque, al reforzar un compromiso global, necesitamos revertir los efectos inevitables del cambio climático. Y no solo es factible, sino que resulta viable e incluso rentable económicamente.

El cambio climático es un problema complejo, que, aunque sea de naturaleza medioambiental, afecta todos los ámbitos de la existencia de los pueblos: la alimentación, el comercio, la pobreza, el desarrollo económico, el aumento de la población y la gestión de recursos. Estabilizar el clima es, un reto enorme que requiere planificación y dar pasos en las direcciones correctas. Sin embargo, las grandes preguntas radican en entender no ya solo el «cuánto», sino también el «cómo»: cómo reducir estas emisiones, cómo producir suficientes alimentos sanos, y cómo obtener energías limpias.

Las soluciones para mitigar el cambio climático vienen de todos los sectores, a través de la creación de nuevas tecnologías, energías renovables limpias, e incluso a través del cambio en las prácticas de gestión. La agroecología es una práctica que trabaja con el «cómo» de la mitigación, al mismo tiempo que con la adaptación al cambio climático. La incertidumbre sobre el aumento de las temperaturas, los patrones erráticos de precipitaciones, las sequías y la aparición de plagas y enfermedades desconocidas, exigen una forma de agricultura que sea resiliente, así como un sistema de producción de alimentos que apoye la transferencia de conocimiento local y la experimentación en explotaciones que permita aumentar la capacidad adaptativa de los agricultores. La mayoría de las actividades de mitigación del cambio climático son las bases fundamentales de las prácticas ecológicas. Los sistemas de producción ecológicos son el mejor ejemplo (y el más extendido) de una agricultura con un nivel bajo de emisiones. Los sistemas ecológicos son más resilientes que los industriales en cuanto a su capacidad para superar choques y estrés medioambientales como sequías e inundaciones.

La agricultura convencional produce un alto nivel de emisiones de dióxido de carbono, debido al uso excesivo de combustibles fósiles, y destruye la biodiversidad. En la agricultura, el reto es enfocarla hacia modelos de producción agroecológica, la cual reduce de forma drástica el uso de combustibles fósiles, presenta un enorme potencial de mitigación a través del rejuvenecimiento del suelo, la flora y la fauna, y tiene la flexibilidad y la diversidad necesarias para poder adaptarse a las condiciones cambiantes. En la práctica, la agricultura puede contribuir a enfriar el planeta de tres formas: reduciendo el uso de combustibles fósiles (minimizando o eliminando la producción de fertilizantes y pesticidas sintéticos y químicos), así como de los combustibles fósiles utilizados para transportes y maquinaria; ejerciendo un efecto positivo sobre la biodiversidad; y ralentizando la liberación de dióxido de carbono biótico.

La agroecología puede tener un impacto positivo muy significativo sobre el cambio climático, aumentando:
la resiliencia de los agroecosistemas, que permitiría una consistencia y una sostenibilidad de los rendimientos incluso, y especialmente, con el clima en proceso de cambio;
la resiliencia de los medios de vida, que ayudaría a conseguir la diversificación de las opciones de subsistencia mediante avicultura, ganadería, piscicultura, etc.
Esto también permite mantener las prácticas agrícolas alejadas de la inestabilidad y de los cambios en otros mercados, conservando los activos en la explotación, y reduciendo o eliminando la dependencia de insumos externos.

La agroecología a pequeña escala no solo es una solución efectiva a los desafíos agrícolas, sino que es también un modo de aumentar los rendimientos sin necesidad de insumos externos a la explotación. Además, genera unos insumos bajos, un bajo nivel de emisiones y permite el control local de las decisiones de producción, ofreciendo una soberanía alimentaria alternativa a los monocultivos agrícolas insostenibles. Determinadas características existentes en variedades locales o autóctonas van a cobrar cada vez más importancia, a medida que el cambio climático altera el entorno y afecta a la producción. Las semillas y los cultivos locales tienen muchas más posibilidades de sobrevivir en su entorno local frente a los cambios en las condiciones climáticas. La protección de estas semillas y cultivos, junto con los conocimientos locales asociados a ellos, es fundamental para gestionarlos y cultivarlos, y es extremadamente crucial para alimentarnos en el futuro.

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La agroecología como solución al cambio climático

El problema del cambio climático ya lleva mucho tiempo sonando en nuestros oídos. Abundan los estudios científicos y los debates, y el sector medioambiental aúna muchos esfuerzos cuando se debe acordar una convención. Antes y después de los eventos, se someten informes a discusión, se registran resistencias y desacuerdos, y los informes de objetivos de reducción de las emisiones comienzan a llegar a raudales. Es realmente fundamental que los países se unan a los tratados internacionales, para participar y decidir de forma cooperativa qué se puede hacer para limitar las emisiones, así como para gestionar la temperatura global y sus efectos sobre el planeta en que vivimos. Es fundamental porque, al reforzar un compromiso global, necesitamos revertir los efectos inevitables del cambio climático. Y no solo es factible, sino que resulta viable e incluso rentable económicamente.

El cambio climático es un problema complejo, que, aunque sea de naturaleza medioambiental, afecta todos los ámbitos de la existencia de los pueblos: la alimentación, el comercio, la pobreza, el desarrollo económico, el aumento de la población y la gestión de recursos. Estabilizar el clima es, un reto enorme que requiere planificación y dar pasos en las direcciones correctas. Sin embargo, las grandes preguntas radican en entender no ya solo el «cuánto», sino también el «cómo»: cómo reducir estas emisiones, cómo producir suficientes alimentos sanos, y cómo obtener energías limpias.

Las soluciones para mitigar el cambio climático vienen de todos los sectores, a través de la creación de nuevas tecnologías, energías renovables limpias, e incluso a través del cambio en las prácticas de gestión. La agroecología es una práctica que trabaja con el «cómo» de la mitigación, al mismo tiempo que con la adaptación al cambio climático. La incertidumbre sobre el aumento de las temperaturas, los patrones erráticos de precipitaciones, las sequías y la aparición de plagas y enfermedades desconocidas, exigen una forma de agricultura que sea resiliente, así como un sistema de producción de alimentos que apoye la transferencia de conocimiento local y la experimentación en explotaciones que permita aumentar la capacidad adaptativa de los agricultores. La mayoría de las actividades de mitigación del cambio climático son las bases fundamentales de las prácticas ecológicas. Los sistemas de producción ecológicos son el mejor ejemplo (y el más extendido) de una agricultura con un nivel bajo de emisiones. Los sistemas ecológicos son más resilientes que los industriales en cuanto a su capacidad para superar choques y estrés medioambientales como sequías e inundaciones.

La agricultura convencional produce un alto nivel de emisiones de dióxido de carbono, debido al uso excesivo de combustibles fósiles, y destruye la biodiversidad. En la agricultura, el reto es enfocarla hacia modelos de producción agroecológica, la cual reduce de forma drástica el uso de combustibles fósiles, presenta un enorme potencial de mitigación a través del rejuvenecimiento del suelo, la flora y la fauna, y tiene la flexibilidad y la diversidad necesarias para poder adaptarse a las condiciones cambiantes. En la práctica, la agricultura puede contribuir a enfriar el planeta de tres formas: reduciendo el uso de combustibles fósiles (minimizando o eliminando la producción de fertilizantes y pesticidas sintéticos y químicos), así como de los combustibles fósiles utilizados para transportes y maquinaria; ejerciendo un efecto positivo sobre la biodiversidad; y ralentizando la liberación de dióxido de carbono biótico.

La agroecología puede tener un impacto positivo muy significativo sobre el cambio climático, aumentando:
la resiliencia de los agroecosistemas, que permitiría una consistencia y una sostenibilidad de los rendimientos incluso, y especialmente, con el clima en proceso de cambio;
la resiliencia de los medios de vida, que ayudaría a conseguir la diversificación de las opciones de subsistencia mediante avicultura, ganadería, piscicultura, etc.
Esto también permite mantener las prácticas agrícolas alejadas de la inestabilidad y de los cambios en otros mercados, conservando los activos en la explotación, y reduciendo o eliminando la dependencia de insumos externos.

La agroecología a pequeña escala no solo es una solución efectiva a los desafíos agrícolas, sino que es también un modo de aumentar los rendimientos sin necesidad de insumos externos a la explotación. Además, genera unos insumos bajos, un bajo nivel de emisiones y permite el control local de las decisiones de producción, ofreciendo una soberanía alimentaria alternativa a los monocultivos agrícolas insostenibles. Determinadas características existentes en variedades locales o autóctonas van a cobrar cada vez más importancia, a medida que el cambio climático altera el entorno y afecta a la producción. Las semillas y los cultivos locales tienen muchas más posibilidades de sobrevivir en su entorno local frente a los cambios en las condiciones climáticas. La protección de estas semillas y cultivos, junto con los conocimientos locales asociados a ellos, es fundamental para gestionarlos y cultivarlos, y es extremadamente crucial para alimentarnos en el futuro.