Cuadro 1
Violencia y capitalismo
La violencia y el capitalismo no son dos conceptos ajenos el uno al otro. En realidad, son hermanos gemelos. Las condiciones necesarias para la emergencia del capitalismo de los siglos XV y XVI fueron la expulsión violenta de los campesinos de las tierras comunales de Europa y el saqueo colonial, el genocidio y la esclavitud del Sur global. Este caldo de cultivo tóxico desembocó en lo que Marx llamó “acumulación primitiva” de riqueza que produjo el capitalismo.
En la actualidad, en lo que se ha descrito como “acumulación por desposesión,” el afán de lucro a escala global se manifiesta mediante el despliegue de la fuerza para convertir en materias primas los territorios y recursos comunales, que durante mucho tiempo habían resistido al proceso. Ya sean los pueblos indígenas del Amazonas, los pequeños agricultores de Honduras, el pueblo Maasai protegiendo sus tierras frente al acaparamiento patrocinado por el gobierno en el Serengueti en Tanzania, o los millones de Adivasis o pueblos tribales defendiendo los territorios forestales en India, la combinación devastadora de la expansión capitalista y la acción de los Estados que la apoyan está desplazando a millones de personas.
El uso notorio de la fuerza no se produce únicamente cuando el capitalismo se extiende y necesita expulsar a los pequeños agricultores y pueblos indígenas que se encuentran en su camino. Cuando la gente es capaz de utilizar las instituciones democráticas para obtener reformas de modo pacífico, las élites capitalistas y del Estado suelen recurrir a medios extra-constitucionales para revertir el proceso y preservar su hegemonía económica y política. A menudo, esto desemboca en una masacre: en Indonesia, en 1965-66, los esfuerzos de reforma agraria y el cambio parlamentario pacífico provocaron a las élites que, lideradas por un régimen militar, asesinaron a entre 500.000 y un millón de personas. En Chile, en los años setenta, los militares aplastaron de modo sangriento el avance pacífico hacia el socialismo del gobierno de Unidad Popular, asesinando a miles de personas. Aunque en Chile y en Indonesia la violencia fue terrible tanto en zonas rurales y urbanas, fue especialmente atroz en el campo, y especialmente en Chile se ensañó con los indígenas Mapuches, que defendían sus tierras comunales.
En la actualidad, la expansión del capitalismo, la mercantilización, y la salvaguarda de los sistemas de hegemonía política capitalista se combinan para promover una nueva oleada de violencia global. En Filipinas, los traficantes de droga se han convertido en el chivo expiatorio de los males del país, derivados de la alianza entre la economía neoliberal y una desigualdad rural extrema, y en los tres años y medio que el gobierno de Duterte lleva en el poder, se han producido 27.000 ejecuciones extrajudiciales. En India, el partido BJP, que ha aliado economía neoliberal y nacionalismo hindú, ha señalado a los musulmanes como los “enemigos” de la “civilización hindú”, desencadenando violencia callejera contra ellos, incluso con casos espantosos de linchamiento.
Es desafortunado que muchos integrantes de las clases medias hayan comprado la retórica de asignar chivos expiatorios y la ideología de las fuerzas de derechas. También en el Norte global está habiendo un apoyo importante de la clase media, incluso de la clase trabajadora, a fuerzas racistas de derechas, en este caso señalando a los migrantes, a quienes se culpa de la pérdida de empleo, de la desigualdad, y de la pobreza producidas por la globalización impulsada por las compañías. El grave peligro que existe, es que demagogos como Trump, como los partidarios del Brexit, Marine Le Pen en Francia y Viktor Orban en Hungría, puedan transformar el sentimiento masivo anti-migrantes en movimientos como los del fascismo clásico que asoló Europa en los años treinta del siglo pasado.
Más que nunca, la demanda de justicia y paz precisa de la creación de un frente lo más amplio posible contra el capitalismo y a la violencia fascista.
Cuadro 2
Contra el conservadurismo resistimos para vivir, marchamos para transformar!
El conservadurismo es fundamental para el ascenso de la extrema derecha. Su avance, en los gobiernos autoritarios de todo el mundo, manipula el ideal de la familia heteropatriarcal para reforzar la división sexual del trabajo y la responsabilidad de las mujeres en el trabajo reproductivo de la vida. Las fuerzas de extrema derecha atacan el derecho al aborto, persiguen las sexualidades disidentes, fomentan la violencia y el acoso contra las mujeres, institucionalizan el racismo. Se trata de una agenda antifeminista que, en algunos países y territorios, se asocia con el discurso antioccidental. En otros, clasifica como «desorden» las acciones de las mujeres organizadas en movimientos de base. En común, son regímenes que ejercen una violencia brutal contra las mujeres que lideran procesos de resistencia.
El capitalismo avanza sobre los cuerpos de las mujeres, sobre su trabajo y sobre la naturaleza, fortaleciendo el poder corporativo y expandiendo la militarización. En muchas partes del mundo, las mujeres están en la primera línea de la resistencia. Han demostrado una gran capacidad de movilización: el reto es ampliar la organización permanente y popular. Esto requiere enfrentar el capitalismo autoritario y construir procesos capaces de reorganizar la economía, poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro. Y para confrontar el nacionalismo con el internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos.
Para las mujeres, que hoy están bajo ataque, construir alianzas es más importante que nunca. Pues el neoliberalismo se presenta diverso, fragmentando identidades y despolitizando luchas históricas. El feminismo no es para pocas, es un proyecto de igualdad, libertad y autonomía para todas, lo que solo será posible con una transformación sistémica, con soberanía y autodeterminación de los pueblos. Las mujeres se reconocen en la resistencia que salva vidas y garantiza la comunidad común. Por lo tanto, el lema de la Marcha Mundial de las Mujeres en la 5ª Acción Internacional, en este 2020, es Resistencia para vivir, marchamos para transformar!
Cuadro 3
Redes sociales: promoción de odio y maximización de ganancias y control social
Notícias falsas, manipulación de datos, promoción de odio, racismo y misoginia. Es cada vez más evidente que los usos y abusos de la extrema derecha en las redes sociales digitales forman parte de su estrategia de poder. No solo para ganar elecciones, sino también para fomentar la naturalización de la violencia como parte del sentido común que el capitalismo autoritario necesita para imponerse destruyendo valores democráticos.
Esos usos y abusos tienen lugar en infraestructuras corporativas a las que una parte significativa de la población está conectada, como es el caso de Facebook. No son espacios públicos ni democráticos. Por el contrario, los algoritmos y alcances son definidos por una empresa que tiene como práctica la opacidad y que se enriquece con la recopilación y manipulación de datos. No se divulga, ni está en discusión su funcionamiento, y a los usuários nos resta ‘aceptar’ los términos y condiciones aplicables, aunque sepamos que Facebook hace experimentos, manipulando sentimientos, necesidades y opiniones, y fomentando extremismos.
Los datos se convirtieron en capital. Y los datos no están ahí para ser recolectados, sino que son producto de la vida y las relaciones de la gente. Sea por medio de las aplicaciones de teléfonos o por los sensores en las ciudades, la vigilancia masiva coordinada entre corporaciones y Estados es parte de la maximización de ganancias. Y, como tal, no es aislada sino sistémica.
El racismo y el odio a los pobres y a las mujeres no se multiplican solo como idea, sino que están en el cotidiano generando un fascismo social. Lo virtual se nutre de vidas concretas de personas que a diario batallan contra unas condiciones de vida con creciente precariedad y violencia. Lo virtual tiene una base material, que impulsa y necesita del extractivismo, la energía y los territorios concretos para almacenar y procesar tantos datos.
La construcción de contrahegemonía nos exige mucho más que una buena estratégia de comunicación en redes sociales. Es un desafío de largo aliento que pasa por ampliar nuestras alianzas anticapitalistas con quienes dan la batalla en lo digital, enfrentando la opacidad y construyendo tecnologías libres y no propietarias.[1]
Cuadro 4
La producción campesina de alimentos: la piedra en el zapato del sistema capitalista. Desafíos y potencialidades de la lucha por soberanía alimentaria ante la ola conservadora mundial
Una parte sustancial de la disputa contra el sistema capitalista se libra en el campo, en la producción de alimentos. El avance de la ultraderecha en diversas partes del mundo multiplica las amenazas y las gravísimas violaciones de derechos humanos que ya sufrían quienes trabajan la tierra.
En Brasil, que lidera los índices de violencia contra la población rural, 1.678 campesinos/as fueron asesinados/as de 1985 a 2003, según la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT); Global Witness advirtió que 2017 fue el año más sangriento en el mundo rural -desde que esa ONG tiene registros-: fueron ultimados 207 campesinos/as, activistas comunitarios, indígenas y ecologistas.
En los últimos años, el agronegocio se transformó en la principal causa de los conflictos en el medio rural. Las grandes transnacionales agroindustriales, el débil rol de los Estados (por inacción o connivencia) y los abusos empresariales en cada país, le dieron algunas vueltas de tuerca más a una maquinaria ya sanguinaria, que refuerza el control del capital sobre los bienes naturales con la nueva oleada fascista mundial.
“No podemos lograr soberanía alimentaria si no podemos recuperar el control sobre nuestras comunidades y territorios, y si no podemos arrebatarle a las corporaciones el control que tienen sobre los alimentos”, advirtió el dirigente campesino Carlos Marentes, referente histórico de La Vía Campesina (LVC) y representante de la organización Proyecto de los Trabajadores Agrícolas Fronterizos, en América del Norte.
El neofascismo está representado en la alianza agronegocio-narcotráfico-militarización, que amenaza y despoja constantemente a las comunidades, desmantela políticas públicas y pretende volver al modelo de familia patriarcal para que las mujeres y jóvenes no sean actores claves del cambio de sistema, opinó la agrónoma feminista Miriam Nobre (Marcha Mundial de Mujeres Brasil).
Desde África Meridional, enfrente a los regímenes represivos, y las autoridades tradicionales, que controlan territorios y toman decisiones que quitan el sustento a la gente, Mercia Andrews (Asamblea de Mujeres Rurales) nos dijo que : “Es importante que las organizaciones, los movimientos campesinos, los movimientos de agricultores, resistan este nivel de violación de sus derechos. La Asamblea de Mujeres Rurales en muchos casos se une a los movimientos de agricultores, a los movimientos campesinos y nos hemos unido a campañas que dicen que tenemos derecho a decir NO”.
En Europa, el movimiento fascista plantea un “falso proteccionismo” y la xenofobia, advirtió Andoni García, del Comité Coordinador ECVC. “La Soberanía Alimentaria (en cambio) supone un freno al movimiento fascista porque habla de derechos, de políticas públicas hechas desde el derecho a proteger las agriculturas locales, las culturas campesinas, respetando los derechos individuales y colectivos, en solidaridad y no con confrontación”, agregó.
A ese falso proteccionismo, que muchas veces remite a nacionalismos exacerbados, también se refirió Roma Malik, que además subrayó la importancia de que la lucha por la soberanía alimentaria de las organizaciones campesinas esté vinculada al derecho a la tierra. “Las compañías [multinacionales] vienen en gran cantidad, construyen represas, centrales eléctricas, privatizan los ríos, talan los bosques, asesinan a la gente, o la expulsan de sus tierras y hogares. Así que en ese sentido la lucha por el derecho a la tierra es una lucha contra los gobiernos fascistas también”, dijo.
Marentes añadió que la soberanía alimentaria “es una de las metas para enfrentar esta guerra que se ha desatado contra los pobres, en un sistema más salvaje y depredador, que sigue empeñado en asegurar que las corporaciones multinacionales controlen la producción de alimentos, los medios de producción y la naturaleza”. La clave está en el trabajo de organización y concientización para defender el derecho a la vida, a la alimentación, a la tierra y a proteger los recursos naturales.
[1] Más información sobre este tema en el boletín Nyéléni núm. 37 sobre La digitalización del sistema alimentario.