Selingue, Mali, 25 de febrero. En los pequeños restoranes de Sélingué, como sucede en las comunidades remotas de México y en sus barrios populares, se sirve Nescafé y leche en polvo Nido. No importa que la ganadería local produzca leche y que en Malí se coseche café.
El arroz es uno de los principales alimentos nacionales, junto con el mijo. Se come hervido y mezclado con una salsa de tomate ligeramente picante a mediodía. En ocasiones se le añade un poco de carne, pescado o pollo. El grano se cultiva en los márgenes del río Níger, pero también se importa, a menor precio, de Tailandia.
La presencia de Nestlé, la trasnacional con base en suiza que labora el Nescafé y la leche Nido, ha provocado algunos escándalos en Africa. En una región en la que es difícil encontrar agua potable, nutrir a bebés recién nacidos con leche en polvo, en lugar de leche materna con anticuerpos, provocó muchas muertes infantiles. En Europa, Canadá y Estados Unidos se organizó un gran y efectivo boicot contra la compañía, uno de los primeros en su tipo, embrión de lo que hoy es el movimiento altermundista.
Un escándalo más fue el denunciado por José Bové en el Foro Mundial para la Soberanía Alimentaria. Como una muestra de cómo las grandes trasnacionales fijan la agenda de la Unión Europea en contra de países que no pertenecen a ella explicó que, a petición de Nestlé, recientemente decidió modificar la fórmula de elaboración reconocida para producir el chocolate, reduciendo el contenido de cacao para agregarle aceites vegetales. Como resultado de ello Senegal, uno de los países más pobres del mundo, ha reducido las exportaciones de este producto, vital para su economía, en 25 por ciento.
Pero lo que sucede en la mesa de los restoranes malienses, y en la de sus hogares, no es una excepción sino la regla. Las decenas de testimonios de casi todo el mundo presentados en el foro pintan un panorama desolador. Las exportaciones masivas de alimentos y fibras subsidiados en los países del norte, la acción de las trasnacionales agropecuarias, el modelo de agricultura industrializada están destruyendo tanto las agriculturas de los países más pobres como a los agricultores familiares de las naciones ricas.
En el mismo Senegal, denunció una de las delegadas de ese país al foro, las donaciones masivas de leche en polvo para combatir el hambre han devastado la ganadería local. Estos programas están, además, inundando la región de comida transgénica.
Es por ello que Joao Pedro Stedilé, el dirigente del Movimiento sin Tierra de Brasil, explica en la reunión que la comida no debe ser una mercancía más, sino un derecho de todas las personas, como lo debe ser, también, el agua, «que no debe ser propiedad de nadie». Según su perspectiva, el comercio agrícola no debe basarse en la lógica de la ganancia sino en las necesidades de los pueblos. Es necesario, asegura, valorar los cultivos locales y consumir lo que se produce localmente.
La Organización Mundial del Comercio (OMC) no tiene razón alguna para legislar sobre la producción de alimentos ya que, afirma, no representa los intereses del pueblo. Por ello, dice, «no es suficiente señalar que la agricultura debe salir de la OMC, sino hay que luchar contra ella».
El nuevo fantasma agrícola
Un nuevo fantasma recorre los campos y mercados agrícolas: el fantasma de los bioenergéticos. En distintas regiones del mundo se dedican cada vez más extensiones de terreno que antes se destinaban al cultivo de alimentos para producir materia prima para fabricar combustibles biológicos. En parte, por ello el precio del maíz y de la tortilla se elevó dramáticamente a comienzos de este año.
La delegada de la Confederación de Campesinos del Perú al foro emitió la señal de alarma: «los biocombustibles están desplazando la producción de alimentos.»
Silvia Ribeiro, del grupo ETC, explica cómo es que esta ola productiva está asociando a grandes gigantes económicos: las industrias del petróleo, automotriz, de producción de semillas, de producción y comercialización de cereales. Irónicamente, en nombre de la defensa del medio ambiente, la nueva industria va a desplazar más a campesinos de sus tierras, va a estimular la siembra de monocultivos, el uso de fertilizantes elaborados con base en el petróleo y va a propiciar mayor deforestación.
La preocupación por el medio ambiente tiene en este caso el signo de dólares. Eric Holt-Giménez, director ejecutivo de Food First, un instituto especializado en temas rurales establecido en California, Estados Unidos, denunció cómo la British Petroleum donó a la Universidad de California y a la Illinois 500 mil millones de dólares para realizar investigaciones sobre bioenergéticos. ¿Por qué los hace esta petrolera? Porque necesita posicionarse frente al boom. Requiere llevar la delantera en la investigación. Esta compitiendo con otros titanes.
Joao Pedro Stedile matiza esta posición. Según él, hay que analizar la problemática de los nuevos combustibles; debe ser cuidadosamente analizada, y no puede ser vista al margen de un cambio en la matriz energética mundial. «El capital quiere sacar los alimentos de los pueblos para ponerlos en las burguesías del norte. Tenemos que luchar contra esto desde la raíz. El mundo tiene que cambiar su matriz energética de transporte. Debemos oponernos al transporte individual y luchar por el transporte colectivo», indicó
Su organización, los Sin Tierra, se opone a la siembra de grandes extensiones de monocultivos propios de las grandes plantaciones que abastecen las plantas que fabrican el biocombustible, pero están de acuerdo con producirlo en pequeñas explotaciones para abaratar el costo de los carburantes con los que funciona los tractores y la maquinaria agrícola.
Transgénicos
Sobre la ola de los bioenergéticos se han montado los grandes consorcios que producen semillas transgénicas y sus apologistas. Su tecnología, aseguran, servirá no sólo para resolver los problemas de hambre en el mundo, sino para solucionar la crisis del petróleo.
El asunto de los organismos genéticamente modificados (OGM) ha sido permanentemente discutido en el foro ¿Cuál es la relación entre la producción transgénica y la soberanía alimentaria? ¿Puede existir ésta sin aquella? El asunto es medular. Dirigentes campesinos como el francés José Bové, el vasco Paul Nicholson y cientos de campesinos indios han participado en acciones directas destruyendo campos de producción de semillas modificadas genéticamente en varios países, y enfrentan procesos judiciales por ello.
Para algunos, las semillas frankestein refuerzan la dependencia de los países más pobres a las grandes empresas trasnacionales que controlan su fabricación. Expropian a los campesinos las simientes con las que han trabajo durante centenares de generaciones, al tiempo que acaban con la diversidad genética existente. No hay pues, desde su lógica, compatibilidad alguna posible entre organismos genéticamente modificados y control soberano de la agricultura.
Unos cuantos, en cambio, sostienen lo contrario. Según ellos, no es posible que, manteniendo vigentes los principios de precaución necesarios, se busque el mejoramiento de la producción local haciendo uso de todos los recursos tecnológicos posibles. Más aun cuando el hambre realmente existente obliga a hacer más productivas las cosechas. Y entre esos recursos tecnológicos se encuentran los OGM. Esa es la posición personal, según aclaró el ministro de Agricultura de Malí.
Quienes objetan el uso de transgénicos argumentan que es falso que incrementen la producción, que reduzcan el uso de agroquímicos y que el problema del hambre en el mundo no es de falta de alimentos, sino que es resultado de la desigualdad en los ingresos. En el mundo sobra comida, lo que no hay, dicen, es justicia social para garantizar que todos tengan acceso a ellos. Además, insisten, están uniformando peligrosamente la variedad genética de los granos y dañando los saberes campesinos. Por ello, en lugar de nombrarlos OGM, dice el delegado indígena mexicano Aldo González, habría que llamarlos Organismos Genéticamente Transformados, o sea OGT, porque eso es lo que son, organismos ojetes.