Nosotros, la gente común
Nunca antes había sido tan claro que desde el fondo de los tiempos, los pueblos y comunidades, la gente común siguen ahí y que los sistemas “dominantes” están más y más desesperados por controlarlos. Es gente que guarda sus semillas nativas y que en su sentido más amplio cultiva alimentos para su propia comunidad y en gran medida el mundo. Es gente que vive en resistencia reivindicando, cada vez más, un autogobierno en defensa de sus territorios ancestrales. Son comunidades que desde siempre han puesto su vida al servicio del mundo ejerciendo un cuidado y un equilibrio entre plantas, animales, y las fuentes de agua, entre los “seres naturales y espirituales” —cultivando una memoria y una presencia de nuestro entorno de subsistencia, de nuestros vivos, de nuestros muertos.
Cuántos somos y qué hacemos
Un nuevo informe de GRAIN[1], es una revisión profunda de los datos de la estructura agraria y la producción alimentaria a nivel mundial y llega a seis conclusiones centrales.
La primera conclusión es que el campesinado sigue siendo quien, en fincas pequeñas, produce el grueso del abasto alimentario en el planeta —sobre todo para alimentar a la propia familia, la comunidad y los mercados locales.
La segunda es que la vasta mayoría de las fincas en el mundo son pequeñas y siguen encogiéndose, debido a una miriada de fuerzas expulsoras. Si esta tendencia no la revertimos con una resistencia que lleve a una reforma agraria integral, la expulsión de gente y ahora ya lo vemos, niños y niñas, será todavía más brutal.
Todas estas fincas campesinas pequeñas están apretujadas en menos de una cuarta parte de la tierra agrícola a nivel mundial. El porcentaje también disminuye. Ésta sería la tercera conclusión.
Una cuarta certeza es que mientras se pierden fincas, tierras y campesinos y campesinas por todas partes, las grandes instalaciones industriales agrícolas crecen. En los últimos 50 años, debido sobre todo al monocultivo industrial, unos 140 millones de hectáreas —bastante más que la tierra agrícola de China— fue acaparada para plantar soya, palma aceitera, canola, caña de azúcar y maíz industrial.
Otra quinta conclusión es que técnicamente, según los datos extraídos de censos nacionales de casi todos los países del mundo, las fincas pequeñas son más productivas que las enormes instalaciones agrícolas -pese al enorme poder y recurso de las grandes haciendas industriales.
La sexta y última es que la mayoría del campesinado son mujeres. No obstante sus contribuciones, siguen marginadas, sin que las contemplen en las estadísticas oficiales y como tal siguen siendo discriminadas cuando se trata del control de la tierra.
Quiénes nos atacan
Hoy, debemos reconocer que la vida de los pueblos, la persistencia y entereza de las comunidades campesinas, las confronta radicalmente con los sistemas ávidos por controlar la mayor cantidad de relaciones, riquezas, personas, bienes comunes y actividades potencialmente lucrativas, mediante leyes, disposiciones, políticas, extensionismo, programas, proyectos y dinero. Mediante la agroindustria, que implica producir (no sólo alimentos) con métodos más y más sofisticados (no necesariamente más eficientes) en grandes extensiones de terreno para cosechar grandes volúmenes y obtener mucha ganancia a toda costa.
Su lógica industrial perpetra una violencia extrema contra las escalas naturales de los procesos y los ciclos vitales, y en la llamada integración vertical: una enloquecida carrera por agregarle valor económico a los alimentos con más y más procesos —de la tierra acaparada a la semilla certificada, al suelo, a su fertilización y desinfección megaquímica, a la mecanización agrícola, al transporte, al lavado, procesamiento, empaque, estibado, almacenado y nuevo transporte (incluso internacional) hasta arribar a mercados, supermercados y comederos públicos.
Como ya sabemos, esta suma de procesos contribuye al calentamiento que extrema la crisis climática (cerca del 50% de los gases con efecto de invernadero provienen de estos procesos combinados). También favorece el sojuzgamiento de todas las personas atrapadas de una u otra forma en ese sistema alimentario transnacional y globalizador. Un sistema que no resuelve la alimentación de las comunidades ni de los barrios pero sí los utiliza para realizar los trabajos más innobles y dañinos de toda la cadena mientras, como campesinos, los cerca en un sistema agropecuario industrial que le va robando futuro a sus labores y vuelve trabajo semi-esclavizado lo que antes era tarea creativa, digna y de enormes cuidados. Por eso, producir nuestros alimentos de modo independiente del llamado sistema alimentario mundial es algo profundamente político y subversivo.
Acaparamiento, memoria y resistencia
Es innegable que hay una relación directa entre la pérdida de tierras y el avance de la megaminería, el petroleo, el gas, y los monocultivos. Como está planteado en el editorial, debemos reconocer que existe un amplio margen de investigación por realizar para descubrir el avance del extractivismo y la fragmentación, desmantelamiento y pérdida de territorios por parte de campesinos e indígenas. Como botones mínimos de prueba, baste decir que en México 26 % del territorio nacional está ya concesionado a las mineras, y que en Colombia, 40% del territorio está también concesionado. En este último país, “el 80% de las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron en los últimos diez años se produjeron en regiones minero-energéticas y el 87% de las personas desplazadas proceden de estos lugares”. En Perú, es el 40% de los territorios campesinos el que está ya entregado a las mineras. Si recorriéramos país por país, algo que sin duda es necesario comenzar a hacer de modo sistemático, nos encontraríamos con panoramas parecidos, hasta el extremo de la República Democrática del Congo donde lo tremendo ya no lo mide el porcentaje de tierras entregado sino el número de muertos desatado por los conflictos por los minerales, sobre todo diamantes, coltán y oro: más de 7 millones de asesinados con violencia en menos de 15 años.
Los conflictos por el agua son también recurrentes. “En África, por ejemplo, una de cada tres personas sufre de escasez de agua y el cambio climático empeorará la situación. El desarrollo en África de sistemas indígenas de manejo de aguas, altamente sofisticados, podría ayudar a resolver la crisis, pero son estos mismos sistemas los que son destruidos por los acaparamientos de tierra a gran escala, en medio de afirmaciones de que el agua en África es abundante, que está subutilizada y que está lista para ser aprovechada por la agricultura para la exportación”, dice otro informe de GRAIN[2], Y claro, no es sólo África.
Más allá de las causas, que van de los monocultivos del sistema agroalimentario industrial al extractivismo más severo y contaminante de la minería, pasando por las centrales eólicas, los pozos petroleros, las reservas de la biosfera y los proyectos REDD, el megaturismo y los desarrollos inmobiliarios, los trazos carreteros, las mega-represas hidroeléctricas, los trasvases de acuíferos, los corredores multimodales o la entrada brutal de la cultura de la delincuencia y la narcosiembra, los laboratorios o el tráfico, lo real que hay un ataque contra nuestra memoria territorial porque nuestros territorios son el entorno vital, los ámbitos comunes para recrear y transformar nuestra existencia: ese espacio al que le damos pleno significado con nuestros saberes compartidos en nuestra historia común.
Para provocar escasez y dependencia económica, los sistemas mundiales corporativos, industriales o multilaterales han ido promoviendo una deshabilitación progresiva que busca que las comunidades, que durante tanto tiempo han alimentado al mundo, no puedan resolver por medios propios ni su propia subsistencia, ni su salud, su educación, y otras necesidades que se han ido acumulando. El efecto de esta precariedad impuesta es la expulsión de poblaciones, fragilizando sus estrategias y restándole peso a su propio futuro.
Por eso la soberanía alimentaria sigue siendo profundamente pertinente y esperanzadora como herramienta de autonomía y defensa territorial, porque revive plenamente nuestra memoria. Una producción propia de alimentos desde el nivel más pequeño y comunitario para arriba es una propuesta vital y existen pruebas de que es posible darle la vuelta a tanto agravio.
[1] Hambrientos de tierra: los campesinos en pequeña escala alimentan al mundo con menos de una cuarta parte de toda la tierra agrícola, ver www.grain.org
[2] Exprimir África hasta la última gota: Detrás de cada acaparamiento de tierra hay un acaparamiento de agua”, julio 2012 ver www.grain.org