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Racismo y capitalismo

Nuestro sistema alimentario moderno ha co-evolucionado con 30 años de globalización neoliberal, que ha privatizado los bienes públicos y desregulado todas las formas de capital corporativo en el mundo. Esto ha provocado los niveles más altos de desigualdad global de la historia. Los impactantes costes sociales y medioambientales de esta transición han golpeado con mayor fuerza a las personas de raza negra, lo que se refleja en los niveles récord de hambre y migraciones masivas de agricultores empobrecidos del Sur Global, y los espeluznantes niveles de inseguridad alimentaria, enfermedades relacionadas con la alimentación, desempleo, encarcelamientos y violencia en las comunidades negras desatendidas del Norte Global.

El movimiento alimentario en Estados Unidos ha emergido como respuesta a los fracasos del sistema alimentario global. Personas y organizaciones de todos los rincones están trabajando para contrarrestar las externalidades intrínsecas del “régimen alimentario corporativo”. Comprensiblemente, se centran en uno o dos componentes específicos, como el acceso a alimentos sanos, los nichos de mercado, la agricultura urbana, etc., en lugar de abarcar el sistema como un todo. Sin embargo, las estructuras que determinan el contexto de estas prometedoras alternativas se mantienen bajo el sólido control de las normas e instituciones del régimen alimentario corporativo.

La globalización neoliberal también ha paralizado nuestra capacidad de dar respuesta a los problemas del sistema alimentario, al destruir gran parte de nuestro espacio público. No sólo han destruido las funciones públicas de sanidad, educación y bienestar; las redes sociales de nuestras comunidades se han debilitado, exacerbando la violencia, intensificando las tensiones raciales, y profundizando aún más las diferencias culturales. La gente se enfrenta a los desafíos y problemas del hambre, la violencia, la pobreza y el cambio climático en un entorno en que las instituciones sociales y políticas han sido reestructuradas para servir a los mercados en lugar de a las comunidades locales.

Principalmente, el movimiento por la justicia alimentaria ha dado un paso adelante (con el apoyo del sector de las organizaciones sin ánimo de lucro) para ofrecer servicios y reforzar las acciones comunitarias sobre nuestros sistemas alimentarios. De forma consciente o no, el movimiento alimentario comunitario, con sus proyectos prácticos y participativos para conseguir un sistema alimentario justo, sostenible y sano, está reconstruyendo de muchas formas nuestros espacios públicos desde la base. Esto es simplemente porque resulta imposible trabajar en uno sin reconstruir los demás.

Sin embargo, como han descubierto numerosas organizaciones, no podemos reconstruir la esfera pública sin resolver los asuntos que nos dividen. Para muchas comunidades, esto significa trabajar con el racismo dentro del sistema alimentario. El movimiento alimentario en sí mismo no es inmune a las injusticias estructurales que pretende superar. Dada la omnipresencia de los privilegios de los blancos y la opresión interna que existen en nuestra sociedad, el racismo en el seno del sistema alimentario puede resurgir, y de hecho lo está haciendo, dentro del propio movimiento alimentario, incluso aunque los actores tengan la mejor de las intenciones. Descubrir cómo, dónde y por qué se manifiesta el racismo en el sistema alimentario, reconocerlo dentro de nuestro movimiento, de nuestras organizaciones y de nosotros mismos, no supone un trabajo extra para transformar nuestro sistema alimentario; éste es, de hecho, el trabajo.

El trabajo también es conocer cómo funciona el capitalismo, porque resulta inconcebible cambiar las estructuras subyacentes del sistema alimentario capitalista sin conocer cómo funciona el sistema en primer lugar. Y aun así, muchas personas que intentan cambiar el sistema alimentario tienen muy poca idea sobre los fundamentos capitalistas.

Afortunadamente, esto está cambiando a medida que los y las activistas del movimiento alimentario profundizan para entender por completo el sistema que subyace a los problemas a los que se enfrentan. Muchas personas del Sur Global, sobre todo campesinos, pescadores y pastores, no pueden permitirse conocer las fuerzas socioeconómicas que están destruyendo su sustento. Las comunidades de color desabastecidas del Norte Global (como resultado de las olas recientes e históricas de colonización, desposesión y explotación) forman la espina dorsal del movimiento de justicia alimentaria. Para saber por qué las personas de color tienen dos veces más posibilidades de padecer inseguridad alimentaria y enfermedades relacionadas con la alimentación (incluso viviendo en las prósperas democracias del norte), es necesario conocer la intersección entre capitalismo y racismo.

Los y las activistas del movimiento alimentario están comenzando a darse cuenta que el sistema alimentario no se puede modificar sin atender al sistema económico que lo engloba. Para hacernos una idea completa de la magnitud de los retos a los que nos enfrentamos y lo que se necesitará para conseguir un nuevo sistema alimentario que esté en consonancia con el medio ambiente y con las necesidades de las personas, debemos conocer y enfrentarnos a los fundamentos sociales, económicos y políticos que han creado (y mantienen) el sistema alimentario que queremos cambiar.

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¿Reforma o transformación?

La crisis alimentaria global ha situado al movimiento alimentario de Estados Unidos en una encrucijada política. Actualmente, una sexta parte de la población mundial pasa hambre, igual que una sexta parte de la población estadounidense padece “inseguridad alimentaria”. Estos graves niveles de hambre e inseguridad poseen causas comunes: la economía política de un régimen alimentario corporativo y global.

Debido a su posición política, entre los llamamientos reformistas por la seguridad alimentaria y las demandas radicales por la soberanía alimentaria, la justicia alimentaria tiene un papel fundamental para influir en la dirección que tomen los cambios de los sistemas alimentarios. El modo en que se traten los problemas raciales y de clase influirá en la dirección política que tomen las alianzas organizativas del movimiento por la justicia alimentaria: hacia una reforma o hacia una transformación.

Al reconocer que el sistema alimentario industrial de la actualidad es insostenible, el movimiento alimentario estadounidense reclama unos alimentos de calidad, con sostenibilidad medioambiental y con seguridad, y pide la reafirmación de los valores medioambientales y las relaciones comunitarias asociadas a los tiempos mejores de un pasado agrario reconstruido. Todo esto forma lo que Alkon y Agyeman (2011a) consideran la “narrativa dominante del movimiento alimentario”. Dicha narrativa, arraigada en una base social de consumidores predominantemente blancos y de clase media, se ha convertido en una referencia importante en los medios de comunicación convencionales. Sin embargo, también tiende a invisibilizar las historias y realidades alimentarias de las personas de color y de pocos recursos.

La seguridad alimentaria de la comunidad (el movimiento de la “buena alimentación”) plantea las desigualdades del sistema alimentario en términos de producción y adquisición de alimentos en lugar de centrarse en la desigualdad estructural, lo que desemboca en un mayor énfasis sobre la capacitación en alimentación, medios alternativos de acceso a los alimentos por parte de hogares con bajo nivel de ingresos, y un trabajo asociado de presión política en Washington D.C. para aumentar los modos de ayuda alimentaria y el apoyo a los sistemas alimentarios de la comunidad. El movimiento de seguridad alimentaria de la comunidad (CFS por sus siglas en inglés) lucha por normalizar el concepto de seguridad alimentaria dentro del sistema alimentario existente.

El movimiento de seguridad alimentaria busca desmantelar los mercados globales y el monopolio del poder corporativo a escala local, nacional e internacional, y está a favor de la redistribución y la protección de los bienes productivos como las semillas, el agua, la tierra, así como los servicios de procesamiento y distribución. Mientras que quienes abogan por la seguridad alimentaria y la erradicación del hambre suelen preferir el acceso barato a alimentos perjudiciales como forma de solventar la escasez de alimento, esto los enfrenta a los grupos pro justicia alimentaria y pro soberanía alimentaria que desconfían de las grandes corporaciones agroalimentarias (Gottlieb and Joshi 2010, 215).

El trabajo que realiza el movimiento por la justicia alimentaria se solapa de forma considerable con el del CFS, pero tiende a ser más progresista que reformista, ya que plantea de manera específica los modos en que la gente de color de comunidades de bajo nivel adquisitivo está viéndose afectada de forma desproporcionada por el sistema alimentario industrializado. Atrapado entre la urgencia del acceso a alimentos y el imperativo de la equidad, el movimiento por la justicia alimentaria cambia, se solapa y tiende puentes con el trabajo de los movimientos comunitarios de justicia y de soberanía alimentaria, intentando resolver el racismo y el clasismo al tiempo que intentan arreglar un sistema alimentario roto.

Aunque las reformas moderadas del sistema alimentario (como el mayor número de sellos alimentarios o la reubicación de las tiendas de alimentación) son efectivamente necesarias para ayudar a las comunidades vulnerables a salir adelante de las crisis, el hecho de que estas reformas no se centren en las causas fundamentales del hambre y la inseguridad alimentaria sino que se queden en causas secundarias, no se alterará el equilibrio fundamental de poder dentro del sistema alimentario y, en algunos casos, puede incluso reforzar las desiguales relaciones de poder que ya existen. Para arreglar el sistema alimentario disfuncional que tenemos (de cualquier modo sostenible) se requiere un cambio de régimen. El cambio del sistema alimentario vendrá de la mano de una presión social potente y mantenida, que fuerce a los reformistas a hacer retroceder el neoliberalismo del sistema alimentario. Gran parte de esta presión podría venir del movimiento alimentario, si es capaz de superar sus diferencias.

Para resolver la crisis alimentaria es necesario desmantelar el racismo y el clasismo del sistema alimentario, así como transformar el régimen alimentario. El movimiento de justicia alimentaria se enfrenta al reto de forjar alianzas que apoyen unas prácticas justas y sostenibles en el terreno, y de movilizarse a la vez políticamente para conseguir unas reformas estructurales más amplias y redistributivas. Esta praxis esencial aún puede producir una narrativa nueva y potente del movimiento alimentario: la narrativa de la liberación.

Referencias:
Alkon, Alison Hope, and Julian Agyeman. 2011a. Introduction: The food movement as polyculture. In Cultivating Food Justice: Race, Class, and Sustainability, 1-20. Food, Health, and Environment; series ed. Robert Gottlieb. Cambridge, MA: MIT Press.

Gottlieb, Robert, and Anupama Joshi. 2010. Food Justice. Cambridge, MA: MIT Press.