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Un vistazo a las tendencias políticas contemporáneas


«No hay ninguna duda de que aumentan por todo el mundo movimientos inflamados, llamémosles fascistas, autoritarios, populistas o contrarrevolucionarios, que desdeñan las ideas y prácticas de las democracias liberales y apoyan el uso de la fuerza para resolver conflictos sociales arraigados.»
Walden Bello, Counter Revolution, the Global Rise of the Far Right (Contrarrevolución, el ascenso mundial de la extrema derecha), Pág. 3. Fernwood Publishing, 2019.

Para muchos de nosotros, hacer frente, resistir y vivir bajo regímenes de autoritarismo extremo no es nada nuevo: las historias de muchas sociedades/naciones están marcadas por periodos en los que los líderes políticos han utilizado una combinación de carisma personal, fervor religioso, inseguridad económica, miedo de «los otros» y promesas de restaurar gloriosos legados (normalmente imaginarios), para imponer regímenes políticos que benefician a determinadas clases, credos y grupos sociales a la vez que reprimen los derechos y libertades fundamentales y la dignidad de otros. En numerosas ocasiones hemos comprobado en regímenes coloniales, de apartheid, fascistas, militares, dictatoriales e incluso en democracias, cómo la sinergia tóxica de intereses promovida por motivos de clase, cultura, religión e ideología puede producir opresión, violencia extrema y terror.

Más recientemente, hemos visto el auge de regímenes autoritarios que parecen ser por un lado consecuencia de las crisis estructurales creadas por el capitalismo neoliberal, y por otro, paradójicamente, de la respuesta de las fuerzas de izquierda y movimientos populares progresistas frente al ataque violento del neoliberalismo. El neoliberalismo y la globalización impulsados por las compañías, no solamente han sido incapaces de proporcionar bienestar social y económico para la mayoría, sino que han destruido el medio ambiente, han debilitado los derechos de los trabajadores y de los pequeños productores de alimentos, han socavado las organizaciones de la clase trabajadora, han afianzado la desigualdad y han aumentado el hambre y la desnutrición. Las clases bajas y medias han visto devaluarse sus ahorros y aumentar sus deudas por la desregulación financiera y la prioridad que se ha dado a los intereses empresariales sobre los públicos. La gente se ha movilizado para demandar cambios, pero ha habido dos tendencias importantes que han permitido que las fuerzas reaccionarias secuestraran esas demandas: 1) las alianzas incómodas selladas en muchos países por fuerzas políticas de izquierda con poderes gobernantes para asegurarse una posición en el sistema político; 2) la utilización de los recursos por parte de las fuerzas de derechas para construir la era de la post-verdad, que distorsiona deliberadamente la realidad para influir sobre la opinión pública y los comportamientos sociales, y reforzar el poder de las élites nacionales-mundiales.

Al aliarse con las fuerzas gobernantes, las fuerzas políticas de izquierdas no han podido mostrar en qué medida sus programas y su visión propia del cambio eran diferentes. Esto ha dejado abiertos los ámbitos político e ideológico para su captura por parte de las fuerzas de la derecha, que han aprovechado la ansiedad, la desilusión, la ira y la desesperación de los millones de personas azotados por las crisis financieras-económicas recurrentes que se han convertido en sello distintivo del capitalismo mundial y la globalización de las compañías.

Aunque las fuerzas de la derecha se presentaban como radicalmente críticas con el sistema dominante, han desviado la responsabilidad de las crisis económicas y sociales, y en lugar de achacarla al neoliberalismo, se la han atribuido a determinados sectores de la sociedad, señalándolos por su clase económica, su grupo social y su religión. Esto ha permitido que estas fuerzas hayan obtenido apoyo de una amplia franja de clases y grupos sociales —incluida la clase media y las clases acomodadas – y hayan construido movimientos en torno a los prejuicios y el odio, mientras que han dejado intacto el sistema económico capitalista. Aunque cada sistema es el producto de las condiciones históricas específicas de su región, las características expuestas anteriormente aparecen, con grados y matices diversos, en todos ellos.

A pesar de su retórica que habla de hacer frente a la degradación de las condiciones sociales y económicas, estos regímenes mantienen su adhesión al capitalismo y el neoliberalismo. Desde que han adquirido poder político, las condiciones de las clases trabajadoras rurales y urbanas no han mejorado, y los ahorros, ingresos y empleos prometidos no se han materializado. Pero las grandes empresas y las élites próximas a los regímenes gobernantes han seguido obteniendo contratos para la extracción de recursos, grandes proyectos de infraestructuras, agricultura industrial y proyectos inmobiliarios.

Muchas fuerzas de la derecha han accedido al poder como consecuencia de elecciones y alegan mandatos democráticos para implantar políticas y leyes que defienden sus propios intereses. No obstante, se oponen a la democracia liberal, en la que todos los ciudadanos, sea cual sea su clase, su cultura o religión, disfrutan de los mismos derechos, libertades e igualdad ante la ley, y en la que una oposición fuerte proporciona mecanismos correctores. Mediante la disolución de unos partidos y las alianzas oportunistas con otros, y la persecución de los discrepantes a través de los medios de comunicación o de los tribunales, neutralizan la amenaza de la oposición política de partidos y organizaciones sociales. Utilizan los procedimientos democráticos para crear sociedades mayoritarias, en las que aquellos que son identificados como minorías se enfrentan a un desapoderamiento, marginalización e inseguridad crecientes.

La reinvención de la verdad y de los hechos – a través de la creación de relatos que presentan realidades ficticias – son estrategias cruciales para los nuevos regímenes. Entre ellas se encuentran: el declive de la nación y la necesidad de líderes fuertes para devolverle su grandeza; la superioridad racial, religiosa y de género; las amenazas a la seguridad, identidad y soberanía nacional; la mejora de las condiciones económico-sociales, etc. Estos relatos son clave para que los regímenes fascistas puedan consolidar el poder, y se presentan al público a través de las noticias, redes sociales, libros de texto, películas, programas de entretenimiento y de servicio público convencionales. Estas narrativas proporcionan una lógica para criminalizar y desatar la violencia contra los que se presentan como enemigos/amenazas (determinadas comunidades de migrantes, activistas defensores de derechos, juristas, periodistas, líderes de movimientos, etc.) y mantienen al pueblo en un estado de incertidumbre y ansiedad, justificando la necesidad de una «mano fuerte» que mantenga la unidad de la nación.

Los regímenes autoritarios/fascistas amenazan la soberanía alimentaria por su oposición a los derechos de los pueblos, la igualdad, la diversidad, la autonomía local, la cooperación y la solidaridad. Apoyan la apropiación y el control de la tierra, del agua, de las semillas, de la riqueza natural, de los recursos públicos y los sistemas alimentarios por parte del capital transnacional. Impiden la intervención de las comunidades locales y suprimen las voces y acciones que tratan de construir la democracia del pueblo desde abajo.

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