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La imposición de los productos comestibles ultraprocesados y qué necesitamos para recuperar la capacidad de elegir lo que comemos
El aumento de los UPP en nuestra dieta no es una cuestión de elección individual, como quiere hacernos creer la industria alimentaria. Se nos obliga a desear estos productos. Los UPP son fórmulas industriales creadas con el fin de ser altamente palatables (sabrosas) e incluso adictivas, especialmente si se introducen a una edad temprana. La industria alimentaria invierte miles de millones en marketing y ventas, utilizando dibujos animados y personajes famosos, obsequios y colocación estratégica en tiendas. Las tiendas pequeñas reciben frigoríficos y carritos publicitarios, y los programas de comidas escolares y ayudas públicas son otros mercados lucrativos.
Numerosas investigaciones demuestran que los UPP perjudican nuestra salud y son una de las principales causas de muertes prematuras.[1] Cabe citar un mayor riesgo de obesidad y otras enfermedades no transmisibles (ENT), como enfermedades cardiovasculares (corazón), diabetes y cáncer, y también una mayor vulnerabilidad a las enfermedades infecciosas. A pesar de que las autoridades sanitarias internacionales y regionales han reconocido que esta asociación existe, es ferozmente rebatida por la industria alimentaria, que dedica grandes inversiones a investigación y medios de comunicación públicos para restar importancia a los efectos negativos de su producto más rentable.
Las desigualdades sociales son un factor importante que impulsa el consumo de productos ultraprocesados así como las enfermedades no-transmisibles asociadas a ellos. Especialmente en los países de renta alta y en las zonas urbanas, estos productos suelen ser más fácilmente accesibles que los alimentos frescos y mínimamente procesados, tanto físicamente como por su precio. Esto se debe fundamentalmente a que lo que se paga por ellos no refleja sus costes reales de producción. Aunque la industria de los UPP nos presenta una «apariencia de diversidad» en sus productos, están basados en gran medida en un puñado de cultivos de alto rendimiento y bajo coste: maíz, trigo, soja, azúcar y aceite (de palma). Los costes de las graves repercusiones para el medio ambiente de los monocultivos y las cadenas comerciales mundiales asociadas a ellos, no se contabilizan. Entre ellos figuran la deforestación, la contaminación del agua, el aire y el suelo con agrotóxicos, el uso excesivo de agua, la pérdida de biodiversidad, las emisiones de CO2 derivadas de la producción, el transporte y el envasado, y los residuos plásticos.
A esto se añaden los inmensos costes sociales: desplazamiento de poblaciones rurales (y de sus formas alternativas de producción e intercambio), dependencia y pago de precios bajos a los productores de alimentos, así como explotación en condiciones de trabajo y salarios de toda la cadena alimentaria industrial. La producción y distribución a escala masiva, así como los beneficios fiscales que obtienen las empresas, contribuyen aún más al coste artificialmente bajo de los UPP.
Para recuperar el control sobre lo que comemos y tener realmente la capacidad de elegir, debemos frenar el poder empresarial sobre todo el sistema alimentario. Se necesitan urgentemente medidas reguladoras de los UPP, como las etiquetas de advertencia y las normas de comercialización, que constituyen un imperativo de salud pública. Al mismo tiempo, también tenemos que trabajar en alternativas viables. Para que haya diversidad en nuestros platos necesitamos diversidad en nuestros campos; para tener alimentos sanos, necesitamos suelos sanos. Esto requiere políticas públicas para la transición hacia la agroecología, así como apoyo a los mercados de agricultores, cooperativas y otros sistemas de distribución e intercambio basados en la proximidad y la solidaridad. Además, debemos abordar las desigualdades estructurales que impiden el acceso a alimentos reales, entre otras cosas garantizando salarios e ingresos dignos.
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Los alimentos ultraprocesados suponen una enorme amenaza para los sistemas alimentarios africanos y las transiciones agroecológicas
Los sistemas alimentarios están cambiando rápidamente en África, imitando la tendencia mundial de aumento del consumo de alimentos ultraprocesados. Esto se constata en las zonas urbanas y rurales, comenzando en las zonas urbanas costeras y extendiéndose a las regiones interiores. Los alimentos que se consumen en las zonas urbanas son en gran medida comprados, con una cantidad creciente de alimentos ultraprocesados. En las zonas rurales, menos de la mitad de los alimentos son comprados y la mayor parte de ellos siguen estando mínimamente procesados. Las importaciones de alimentos ultraprocesados también aumentan rápidamente: entre 1995 y 2010, las importaciones de refrescos en la Comunidad de Desarrollo del África Austral aumentaron en un 1200%, mientras que las de snacks aumentaron en un 750%.
El aumento del consumo de alimentos ultraprocesados en África está vinculado a la evolución de las condiciones socioeconómicas y político-económicas, y a las desigualdades estructurales que contribuyen a que estos productos sean más accesibles, asequibles y deseables tanto en las zonas urbanas como en las rurales. La privatización de las empresas paraestatales relacionadas con la alimentación y la liberalización de la inversión extranjera directa (IED) han facilitado enormemente la entrada de ultraprocesados en África. La inversión en éstos (cervecerías, destilerías, refrescos, productos azucareros) representa el 22% de toda la IED en el sistema alimentario y duplica a la inversión en explotaciones agrícolas y plantaciones. Los alimentos ultraprocesados son fabricados y suministrados tanto por pequeñas como por grandes empresas, incluso empresas alimentarias transnacionales como Nestlé, Unilever y Danone. El crecimiento de los supermercados en el continente, llenos de procesados, ha sido exponencial. Sin embargo, también son vendidos por vendedores ambulantes locales y pueden encontrarse en pequeños supermercados de barrio de todo el continente.
A medida que se extiende y generaliza el consumo de alimentos ultraprocesados en África, éstos desplazan inevitablemente a los alimentos tradicionales sanos y nutritivos, a la diversidad dietética y agrícola y a los sistemas agrícolas locales. Este fenómeno está estrechamente relacionado con la pandemia de obesidad que se está instalando en la región y con otras enfermedades no transmisibles (ENT) relacionadas con la dieta, como la diabetes tipo 2 y el cáncer. El aumento del sobrepeso y la obesidad se produce en paralelo con altas tasas de desnutrición y carencia de micronutrientes.
En el discurso actual sobre la soberanía alimentaria existe una brecha crítica en cuanto al conocimiento de las interacciones de los consumidores con los sistemas alimentarios. A pesar de que existen vínculos evidentes con las luchas por una transición agroecológica justa del sistema alimentario, el discurso actual tiende a estar sesgado hacia las zonas rurales, y su relevancia para las poblaciones urbanas, los trabajadores agrícolas, los trabajadores industriales de la alimentación y otros actores a lo largo del continuo rural-urbano, es limitada. Hay que profundizar el discurso, abordando los factores estructurales que limitan el acceso a dietas saludables y perpetúan la pobreza, las desigualdades, el hambre y la desnutrición en un ciclo interminable en el continente.
Más información en la serie de fichas informativas del African Centre for Biodiversity (Centro Africano para la Biodiversidad) sobre los alimentos ultraprocesados en África.
[1] Alianza por la Salud Alimentaria, 2022, Planeta Ultraprocesado: Los riesgos para la salud y el medio ambiento de los productos ultraprocesados, y Ibid. Ver también: Ultra-processed food exposure and adverse health outcomes: umbrella review of epidemiological meta-analyses.