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Fragmentos editados de la Declaración del Foro Internacional de Agroecología
Nyéléni, Mali, 27 de febrero de 2015
Somos delegadas/os en representación de distintas organizaciones y movimientos internacionales de productoras/es y consumidoras/es a pequeña escala, entre los que se encuentran campesinas/os, Pueblos Indígenas, comunidades, cazadoras/es y recolectoras/es, familias de agricultoras/es, trabajadoras/es rurales, ganaderas/os y pastoras/es, pescadoras/es y movimientos urbanos. Juntos, los distintos sectores que representan nuestras organizaciones producen un 70% de los alimentos consumidos por toda la humanidad. Ellos son los principales inversores del sector agrario, así como los principales proveedores de empleo y de medios de subsistencia del mundo.
En 2007, muchas/os de nosotras/os nos reunimos aquí en Nyéléni, en el Foro para la Soberanía Alimentaria… De igual forma, nos hemos reunido en el Foro de Agroecología 2015 para enriquecer el concepto de Agroecología mediante el diálogo entre los diversos pueblos productores de alimentos, consumidores, comunidades urbanas, mujeres, jóvenes y demás agentes. Hoy, nuestros movimientos, organizados a escala global y regional en el Comité Internacional de Planificación Internacional para la Soberanía Alimentaria (IPC), han dado un nuevo paso histórico.
Construir desde el pasado, mirar hacia el futuro
Nuestros sistemas de producción ancestrales se han desarrollado a lo largo de los siglos y durante los últimos 30 a 40 años este método ha dado en conocerse con el nombre de Agroecología. Nuestra Agroecología incluye una práctica y producción eficaces, implica procesos directos entre agricultoras/es a escala territorial, escuelas de formación y la elaboración de constructos teóricos, técnicos y políticos sofisticados.
Nuestras diversas formas de producción de alimentos a pequeña escala basadas en la agroecología generan conocimientos en lo local, fomentan la justicia social, promueven la identidad y la cultura y fortalecen la viabilidad económica de las áreas rurales.
La Agroecología significa afrontar juntas/os el ciclo de la vida, y esto implica también afrontar juntas/os el ciclo de luchas contra la apropiación de tierras y la criminalización de nuestros movimientos.
Superar múltiples crisis
El sistema de producción alimentaria industrial es el motor principal de las múltiples crisis climatológicas, alimentarias, medioambientales y de salud pública, entre otras. El libre comercio y los acuerdos de inversión corporativa, los acuerdos de resolución de litigios entre inversores y Estados y otras soluciones falsas tales como los mercados del carbón y el creciente financiamiento de la tierra y los alimentos, etc., han agravado dichas crisis.
Contemplamos la Agroecología como un modo fundamental de resistencia a un sistema económico que sitúa el beneficio económico por delante de la vida.
La Agroecología en una encrucijada
La presión popular ha propiciado que múltiples instituciones, gobiernos, universidades y centros de investigación, algunas ONG y demás organizaciones, finalmente reconozcan la importancia de la «Agroecología». Pese a todo, estas han tratado de redefinirla como un conjunto exiguo de tecnologías, para ofrecer así algunas herramientas que aparentan mitigar la crisis de sostenibilidad de la producción alimentaria industrial, mientras las estructuras existentes de poder permanecen incólumes. Esta cooptación de la Agroecología para afinar el sistema alimentario industrial, al tiempo que sus propulsores se llenan la boca con un discurso de tinte ecológico, ha recibido diversos nombres, tales como « agricultura adaptada al cambio climático», «intensificación sostenible» o «ecológica», producción industrial en monocultivo de alimentos «orgánicos», etc. Nosotros no reconocemos estas prácticas como Agroecología: las rechazamos y lucharemos para desenmascarar y detener su apropiación insidiosa del término.
Las soluciones reales a las crisis climáticas, de desnutrición, etc., no pueden partir de un sometimiento al modelo industrial. Debemos transformarlo y construir nuestros propios sistemas alimentarios locales que propicien vínculos entre el medio rural y el urbano, y se basen en una verdadera producción de alimentos agroecológicos por parte de las/os campesinas/os, pescadoras/es artesanales, pastoras/es, Pueblos Indígenas, agricultoras/es urbanas/os, etc. … Nosotras/os contemplamos [la Agroecología] como una alternativa esencial a ese modelo y como el medio para transformar la manera en que producimos y consumimos los alimentos en algo mejor para la humanidad y para nuestra Madre Tierra.
Nuestros pilares y principios comunes de Agroecología
Las prácticas de producción de Agroecología se basan en principios medioambientales como la fabricación de vida en el suelo, el reciclado de nutrientes, la gestión dinámica de la biodiversidad y la conservación de energía en todas las escalas. La Agroecología disminuye drásticamente nuestro uso de materias adquiridas externamente que sólo se pueden comprar a la industria. No utiliza agrotoxinas, hormonas artificiales, transgénicos u otras tecnologías nocivas.
Los territorios locales son un pilar fundamental para la Agroecología. Los pueblos y comunidades tienen derecho a conservar los vínculos espirituales y materiales con sus tierras… Esto implica un reconocimiento pleno de sus leyes, tradiciones, costumbres, sistemas de tenencia e instituciones, y constituye el reconocimiento de la autodeterminación y autonomía de los pueblos.
Los derechos colectivos y el acceso al Bien Común son pilares fundamentales de la Agroecología.
Estos distintos conocimientos y formas de conocer de nuestros pueblos son fundamentales para la Agroecología. Esta se desarrolla a través de nuestra propia innovación, investigación, selección de cultivos y cría de ganado.
El núcleo de nuestra cosmovisión es el equilibrio necesario entre la naturaleza, el cosmos y los seres humanos. Rechazamos la mercantilización de todas las formas de vida.
La autoorganización y acción colectiva son los medios que posibilitan el crecimiento de la Agroecología, la construcción de sistemas alimentarios locales y el desafío al control corporativo de nuestros sistemas alimentarios. La solidaridad entre los pueblos, entre las poblaciones rurales y urbanas, es un ingrediente crucial.
La autonomía de la Agroecología desplaza el control de los mercados globales y propicia el autogobierno de las comunidades. Requiere la remodelación de los mercados para que estos se fundamenten en los principios de economía solidaria y en la ética de la producción y el consumo responsables.
La Agroecología es política; exige que desafiemos y transformemos las estructuras de poder en la sociedad. Debemos poner el control de las semillas, la biodiversidad, la tierra y los territorios, el agua, el conocimiento, la cultura y el Bien Común en manos de los pueblos que alimentan al mundo.
Las mujeres y sus conocimientos, valores, visión y liderazgo son capitales para poder avanzar. Con demasiada frecuencia no se reconoce ni se valora su trabajo. Para que la Agroecología alcance su máximo potencial, debe haber una distribución equitativa del poder, de las tareas, de la toma de decisiones y de la remuneración.
La Agroecología propiciar un espacio radical para que los jóvenes contribuyan a la transformación social y ecológica que está en marcha en muchas de nuestras sociedades. La Agroecología debe crear una dinámica territorial y social que facilite oportunidades para la juventud rural y valore el liderazgo de las mujeres.
La declaración completa aquí.
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La agroecología en una encrucijada: entre la institucionalidad y los movimientos sociales
La agroecología está de moda. De ser ignorada, menospreciada y excluida por parte de las grandes instituciones que gobiernan la agricultura en el mundo pasó a ser reconocida como una de las alternativas para enfrentar las graves crisis ocasionadas por el modelo de la revolución verde. Se trata, sin duda, de un hecho sin precedentes, que puso a la agroecología en una disyuntiva: ceder ante la cooptación y captura, o aprovechar la apertura de las oportunidades políticas para avanzar en la transformación del modelo agroextractivista hegemónico. Aunque las instituciones no son monolíticas, y existen debates internos, el panorama podría verse como una lucha que tiene como protagonistas a dos bandos. El primero, conformado por las instituciones oficiales de los gobiernos, agencias internacionales y empresarios privados, y el otro, el de los distintos movimientos sociales defienden la agroecología como la única opción viable para transformar radicalmente el sistema agroalimentario imperante.
Este escenario ha hecho evidente la manera como el capitalismo verde ha descubierto la agroecología como medio para incorporar la agricultura campesina, sus territorios y sus prácticas agroecológicas a los circuitos globales de acumulación. Su objetivo es mercantilizar las semillas y la agrobiodiversidad; despojar los saberes agroecológicos de los campesinos y comunidades indígenas; insertar mayor diversidad agrícola a los mercados de alimentos, la industria cosmética, y farmacológica; incrementar los beneficios derivados de los bonos de carbono y la conservación neoliberal mediante arreglos agroforestales; y lucrar por la ampliación de los mercados de productos orgánicos industriales, que pronto serán renombrados como agroecológicos en las grandes superficies. Pero también es una excelente ocasión para que el agronegocio haga adecuaciones técnicas y enfrente así su tendencia a degradar sus condiciones de producción, incrementar sus costos y a reducir su productividad.
Mediante las clásicas estrategias del desarrollo se pretende someter los saberes de los pueblos imponiendo dependencias al sistema que desde ahora intentará proveer servicios agroecológicos a través de los Estados, ONG oportunistas, transnacionales, y proyectos de fundaciones y organizaciones internacionales. Se debe tener todo el cuidado de no caer en la ingenuidad de creer que al fin se han abierto las puertas para transformar la estructura agraria mundial hacia la agroecología, y por el contrario los movimientos sociales deben permanecer alertas, para evitar que con los ensayos de institucionalización se creen dependencias a los programas y proyectos públicos, lo que puede generar una burocratización generadora de demagogias deshabilitantes.
Estamos en una coyuntura de la que los movimientos no pueden desentenderse. De hecho, abstenerse de hacer parte de las discusiones es dejar libre el camino para que el capital encuentre salidas a la crisis crónica sobreacumulación mediante el despojo, mientras reestructura temporalmente sus condiciones de producción. Pero ante todo, es una inmejorable ocasión para que durante el rechazo a los intentos de apropiación, se reacomoden las fuerzas, se reinventen los postulados de lucha, se actualicen las formas de resistencia, se reagrupen organizaciones dispersas, y se redefina el sentido de las alternativas.
Al final una de las mayores contradicciones del capital, es que en sus intentos de engullirlo todo; en sus afanes por insertar cada reducto espacial y humano a sus circuitos de acumulación, acaba por reforzar las luchas de los pueblos, teniendo el efecto antagónico de robustecer la movilización, al tiempo que los pueblos se reapropian de su patrimonio natural, revalorizan sus culturas, y redoblan sus esfuerzos por construir procesos sociales efectivos de territorialización de la agroecología.
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